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12 hombres sin piedad (1957)

Si eres de los que ha salido del cine alguna vez preguntándote “¿y si hubiera sucedido esto…?” o “¿por qué no hizo lo otro…?”, seguro que entre tus películas favoritas se encuentra ’12 hombres sin piedad’ (1957). Dirigido por Sidney Lumet a partir de un guión de Reginald Rose, el film es un gran interrogante en sí mismo, una crítica nada disimulada al sistema judicial estadounidense -en concreto, a la pena de muerte- y un saludable ejercicio neuronal que triunfa sin paliativos precisamente porque, aun poniendo todas las cartas sobre la mesa, no ofrece una respuesta definitiva; de hecho, rizando el rizo, el espectador llega a preguntarse si existen las respuestas definitivas.

Los doce hombres a los que hace referencia el título son los componentes de un jurado popular que tiene la misión de dictar la sentencia de lo que parece ser un caso claro de asesinato. La acción arranca justo cuando termina el juicio; poco a poco iremos sabiendo que el acusado es un chaval de 18 años que, al parecer, ha matado a su padre clavándole una navaja en el pecho. Ni siquiera el abogado defensor ha sido capaz de sacar la cara por el muchacho, así que el jurado tiene muy claro que se le debe declarar culpable y mandarlo a la silla eléctrica. Pero antes de que los doce hombres pasen a una sala privada para redactar el veredicto, el juez -un juez desganado, viva imagen de la pesada burocracia- les recuerda que hay una vida en juego y que, si albergan una sola duda razonable por la cual no quede clara su culpabilidad, deben exponerla.

Mientras toma asiento en la sala e intenta evadirse del calor sofocante, el miembro número 8 del jurado (Henry Fonda) recuerda las palabras del juez. El chico parece culpable, sí, pero… ¿se puede estar seguro de ello al cien por cien? ¿Se han contemplado todas las posibilidades? El miembro número 8 considera que no se puede dictar una sentencia de muerte sin ver el caso desde todos los ángulos. La duda se instala en su cabeza y, poco a poco, arrastrará consigo a los demás miembros del jurado. El número 8 -no conocemos su verdadero nombre hasta la última frase de la película- no quiere demostrar que el acusado es inocente, sino que hay dudas razonables que impiden condenarlo. Y esa -creo yo- es la grandeza de esta película: que aunque el número 8 decante la balanza hacia su lado, nunca estaremos convencidos del todo de que es él quien lleva razón; porque todos los argumentos que él rebate también se pueden rebatir; y así, sucesivamente.

Otro de los aciertos de ’12 hombres sin piedad’ es que sabe plasmar a la perfección las miserias del ser humano. Cada uno de los miembros del jurado representa un aspecto de nosotros, un yo interior que se nos revela en uno u otro momento, casi siempre en función de lo que más nos interesa. A veces opinamos como la mayoría para estar en la onda (miembro número 2, John Fiedler); pagamos con otras personas nuestras frustraciones personales (número 3, Lee J. Cobb); tenemos miedo a rectificar para no ir contra nuestros ideales, por injustos que éstos sean (número 10, Ed Begley), etc. Y hay cosas peores, como frivolizar sobre hechos serios simplemente porque no nos afectan (número 12, Robert Webber) o porque tenemos mejores cosas que hacer (número 7, Jack Warden). En este sentido, tampoco está claro que Henry Fonda consiga cambiar la opinión de todos sus compañeros: parece que algunos la cambian con el único objetivo de agilizar el proceso y poder marcharse de allí cuanto antes.

Un prodigio de dirección

A nivel técnico, el noventa por ciento de la película se desarrolla en la sala de deliberaciones. Sidney Lumet empleó 365 tiros de cámara para grabar todas las escenas, sabedor de que tenía que sacar el máximo partido al reducido espacio y evitar caer en la monotonía. Para aumentar la tensión, Lumet jugó con las lentes de las cámaras, dando la impresión de que cada vez hay menos espacio entre los doce hombres y añadiendo condiciones climatológicas adversas -primero, el calor; después, una tormenta- que contribuyen a acrecentar la tensión y la claustrofobia.

Las interpretaciones sólo pueden calificarse de una manera: magistrales. Todas, sin excepción. En primer lugar, por supuesto, la de un Henry Fonda que estaba encantado con el papel -de ahí que interviniera en la producción, aunque sabía que sería difícil que vendiera en taquilla. Y qué decir de los dos actores cuyos personajes resultan los más odiosos: Ed Begley y Lee J. Cobb. Extraordinarios. Sin embargo, lo más gratificante es encontrarte con una película que sigue tan vigente y fresca como hace 56 años, que no ha perdido un ápice de realismo y que se sigue proyectando en las universidades estadounidenses (espero que también en las españolas) para los futuros abogados. Ya sabéis: dudad. Dudad de todo. Es sano.

CALIFICACIÓN
5 estrellas

Ficha técnica(+)

Título original: ‘12 angry men’. Dirección: Sidney Lumet. Guión: Reginald Rose. Reparto: Henry Fonda, Martin Balsam, John Fiedler, Lee J. Cobb, E.G. Marshall, Jack Klugman, Ed Binns, Jack Warden, Joseph Sweeney, Ed Begley. Duración: 96 minutos. País: Estados Unidos.

Otras críticas

“…una obra de arte que lo proporciona a todos los niveles, uno de esos films que contienen una capacidad natural para adoctrinar al espectador sobre temas sociales siempre de actualidad” (Alberto Abuín, ‘Blogdecine.com’). (+)

“El filme tiene valor por sí sólo, pues se enfoca en dimensiones de la naturaleza humana que preferimos mantener ocultas o ignoradas y plantea serias interrogantes al proceso judicial y a la práctica del Derecho en general” (‘Claqueta.es’). (+)

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