Muchas han sido las —odiosas— comparaciones que se han hecho entre ‘La isla mínima’ de Alberto Rodríguez y la magistral serie de televisión ‘True Detective’. No es para menos: ambas historias tienen lugar en el sur de España y Estados Unidos, respectivamente; ambas están protagonizadas por policías controvertidos y de caracteres muy diferentes; ambas se centran en la investigación de crímenes cometidos contra mujeres que sufrieron torturas y abusos sexuales; y ambas están rodadas bajo una atmósfera sórdida, lejos de las investigaciones de estética cristalina que copan las parrillas televisivas.
En mi opinión es absurdo quitar méritos a un producto o al otro por la simple razón de haber coincidido en el tiempo; parece bastante claro que ha sido una casualidad de las que de vez en cuando ocurren, como la temporada en que se juntaron la oscarizada ‘The Artist’ y la española ‘Blancanieves’ (las dos mudas y en blanco y negro). Si ‘True Detective’ es una obra de arte de la televisión, ‘La isla mínima’ lo es de la gran pantalla por derecho propio, como como corroboran los merecidos diez Premios Goya con los que fue agasajada por la Academia de Cine.
Un lugar, una época
Las marismas del Guadalquivir son el escenario de ‘La isla mínima’, una región laberíntica donde arrozales, acequias y arenales conforman un paisaje retorcido que, fotografiado desde los cielos por Álex Catalán, recuerda a un cerebro humano. Es un lugar desamparado, donde los pueblos agonizan y los vecinos hablan con desconfianza y amargura, como si sospecharan que se van a quedar allí atrapados hasta el fin de sus días.
Pero esta desazón que transmite la película se ve reforzada, además, por la época en la que se ambienta: principios de los ochenta, es decir, en plena transición hacia la democracia (llamémosle así), pero con el franquismo todavía presente en forma de caciques, crucifijos y símbolos fascistas. Paisaje y época, lugar y tiempo, dos ejes fundamentales en el cine negro, son los pilares sobre los que Alberto Rodríguez vertebra su historia.
Aroma de clásico
El guión, concebido por el propio Rodríguez junto con Rafael Cobos —cuarto trabajo a dúo tras los de ‘7 vírgenes’ (2005), ‘After’ (2009) y ‘Grupo 7’ (2012)— emplea una sutilidad que recuerda a obras clásicas del género como ‘Retorno al pasado’ o ‘Los sobornados’. Sin tomarle el pelo al espectador en ningún momento, deja que seamos nosotros quienes vayamos atando cabos en paralelo a los dos detectives, obligándonos a mantener los ojos abiertos y las orejas tiesas. Todo ello regado con algunas de las mejores secuencias de acción que se han visto nunca en el cine español, con mención especial para una persecución nocturna que pone los nervios a flor de piel; un auténtico subidón de adrenalina (sí, como el plano secuencia de ‘True Detective’).
Y aunque los deje para el final, no desentonan en absoluto los dos protagonistas: Juan y Pedro (Javier Gutiérrez y Raúl Arévalo), aunque el primero está por encima del segundo al ser un personaje más interesante, tan turbio como la película, con un pasado escabroso que se cierne sobre él como una sombra alargada y que entronca perfectamente con los restos de aquella España negra. Unos cuantos secundarios de gran nivel, entre los que sobresale Antonio de la Torre, terminan de dar consistencia a una película redonda, que incluye imágenes oníricas —esa misteriosa mujer de la carretera— pero que no se aparta del realismo más atroz. Excelente.
Ficha técnica (+)
Dirección: Alberto Rodríguez. Guión: Alberto Rodríguez y Rafael Cobos. Reparto: Raúl Arévalo, Antonio de la Torre, Javier Gutiérrez, Jesús Carroza, Jesús Castro, Nerea Barros, Mercedes León, Perico Cervantes, Salva Reina, Ana Tomeno. Duración: 105 minutos. País: España.
Otras críticas
“Rodríguez se muestra extremadamente hábil en el manejo de una trama espesa y progresivamente escabrosa…” (Jordi Batlle, ‘La Vanguardia’). (+)
“…se trata de un film hipnótico, fascinante, bien dirigido y sobre todo, de una película con un gran equilibrio” (Ángel L. Fernández Recuero, ‘Jot Down’). (+)
“Película triste, crepuscular, magníficamente filmada por fuera como por dentro, con un pulso que no deja ni un instante de latir y cuya atmósfera es una perfecta ecuación de espacio y tiempo” (Oti Rodríguez Marchante, ‘ABC’). (+)