Durante más de tres décadas, ‘Cleopatra’ se mantuvo como la película más cara de la historia del cine. Sus 31 millones de dólares de presupuesto —243 si tenemos en cuenta la inflación— marcaron el techo de gasto hasta el estreno de ‘Waterworld’ (1995), que con la inflación se iría hasta los 270. Este récord se rompe año tras año desde la película de Kevin Costner, lo que da una idea de la magnitud del dato alcanzado por ‘Cleopatra’ en 1963. Normal que, pese a ser la película más taquillera del año, estuviera a punto de provocar la bancarrota de la Fox. Y eso que la idea del estudio era justo la contraria: hacer un remake de la película silente de 1917 para superar su crisis financiera. Podría decirse que fue peor el remedio que la enfermedad.
Este derroche de dinero y energía supuso también un punto y aparte del péplum, género que se mantendría estancado hasta la nueva ola de principios del siglo XXI. Las productoras tomaron nota del desastre inversor de ‘Cleopatra’ y pusieron sus barbas a remojar; además, después de quince años seguidos estrenando gigantescas películas de griegos, egipcios y romanos —sin contar las bíblicas— había una saturación general que requería tabula rasa.
Dicho esto, la Fox tenía la intención de que el dineral se viera reflejado en pantalla. Y vaya si se ve. ‘Cleopatra’ es una película apabullante, con un diseño de producción que transporta al espectador hasta los imperios de Roma y Egipto. Su pomposidad puede ser extenuante para el público más favorable a la sobriedad, pero lo que no se puede negar es el talento de las miles de personas que trabajaron en unos decorados que quitan el hipo. Fueron capaces de recrear una versión aumentada del foro romano o de hacer que el grandioso barco de la reina surcara los mares con trabajo meramente artesanal.
En principio fue Rouben Mamoulian quien se hizo cargo de la dirección. Incapaz de ajustarse a los requisitos de la Fox, presentó su dimisión tras dieciséis semanas, en las cuales había gastado 7 millones de dólares para unos míseros diez minutos de metraje. Su lugar lo ocupó Joseph L. Mankiewicz, empujado por su amiga Elizabeth Taylor. Mankiewicz tenía en mente rodar la película en dos partes, con un metraje total que se acercaba a las seis horas. La Fox le obligó a reducir la duración a cinco horas y veinte minutos, y después a poco más de tres horas, para estrenarla de una sola vez. Esto provocó que tanto Mankiewicz como Taylor renegaran del resultado, pues ambos opinaban que se habían eliminado partes esenciales.
De amores y ambiciones
En efecto, ‘Cleopatra’ es una especie de díptico sobre la vida y milagros de una de las mujeres más poderosas de la historia de la humanidad. En la primera parte se narra su intento de alianza con Julio César (Rex Harrison) para construir un imperio con el que dominar el mundo. Es aquí donde se incide en la ambición política de Cleopatra, dejando en una acertada ambigüedad su interés amoroso por el dictador romano. Rex Harrison ofrece una interpretación contenida y madura, como el gran actor británico que era; y no deja de ser curiosa la escena del asesinato de César, que se da la mano con la que Mankiewicz había rodado diez años antes.
Pero la escena más impactante de esta primera parte es, sin duda, la entrada de Cleopatra en Roma. Una comitiva de trompetistas, caballeros y bailarines precede a una imponente esfinge arrastrada por decenas de esclavos. En la cima de la estatua vemos a la soberbia Cleopatra y a su primogénito, Cesarión. El público ruge enloquecido. La cámara se sitúa sobre los hombros de la reina para que sintamos el impresionante poder que se extiende bajo su manto dorado. Es una escena hecha para epatar, lo que resulta tremendamente arriesgado; pero lo consigue. La guinda es el guiño de Cleopatra cuando Julio César le da la bienvenida, que tiene un gancho irresistible. Como diciendo: soy la puta ama. Y lo sabes.
En cambio, la segunda mitad de ‘Cleopatra’ baja el listón por varios motivos. El primero es que el guion incide en demasía en la relación sentimental con Marco Antonio, quizá porque la Fox vio un filón en la tormentosa relación entre Richard Burton y Elizabeth Taylor. Es verdad que Marco Antonio tiene otro perfil: más impulsivo y también más estúpido que Julio César; es decir, más manejable por Cleopatra. Pero las maniobras políticas de la reina quedan tan al margen que a veces olvidamos cuáles eran sus propósitos al unir su sangre con la de un romano. También se echa en falta un episodio de acción, amputado en el montaje o descartado para no estirar el presupuesto. Con todo, hay escenas interesantes, como el suicidio de Cleopatra o aquellas en las que un impotente Marco Antonio es sepultado por el mito de César. Y sin olvidarnos de Roddy McDowall, un Octavio magnífico; lástima que no ganara el Oscar.
En resumen, puede que la Fox estuviera cerca de irse al garete por culpa de ‘Cleopatra’; pero su director consiguió el objetivo de plasmar una época de excesos que jamás volverá a repetirse. Sin miedo a caer en la estética kitsch, Mankiewicz exprimió a saco las opciones que le brindó el estudio; su mirada limpia y elegante fue capaz de compensar un filme barroco que tenía todas las papeletas para ser la horterada del siglo. Aunque claro, gran parte del mérito se lo debe a su querida Elizabeth Taylor. Que enseñara muslo y pechuga es lo de menos, porque de ella me gustan hasta los clic, clic, clic de los adornos del pelo. Pero no: lo mejor es su empaque y orgullo ante el reto de convertirse en la eterna Cleopatra. Y al que no le guste, que no la mire.
Ficha técnica (+)
Título original: ‘Cleopatra’. Dirección: Joseph L. Mankiewicz. Guion: Ranald MacDougall, Sidney Buchman y Joseph L. Mankiewicz; basado en un libro de Carlo Maria Franzero que se inspiraba en relatos de Plutarco, Suetonio y Apiano. Reparto: Elizabeth Taylor, Richard Burton, Rex Harrison, Pamela Brown, George Cole, Hume Cronyn, Cesare Danova, Kenneth Haigh, Andrew Keir, Martin Landau, Roddy McDowall. Duración: 240 minutos. Países: Estados Unidos, Reino Unido y Suiza.
Otras críticas
«…el amor eterno, más grande que los imperios, que la Historia. Que la vida misma» (Víctor Manuel Rivero, ‘Bandeja de plata’). (+)
«Pese a la monumentalidad de su concepción, los resultados consiguen combinar el rigor histórico, la pasión dramática y hasta cierto sentido de la ironía» (‘Fotogramas’). (+)