«¡Que alguien me ayude! ¡Estoy siendo espontáneo!»
Vista de nuevo, diecisiete años después de su estreno en cines, ‘El show de Truman’ sigue tan vigente como el primer día. Más allá del argumento —la vida de un hombre que no sabe que es el protagonista de la serie con más audiencia de la historia de la televisión— la película plantea importantes reflexiones sobre la sociedad moderna. Por un lado, la recurrente sensación de que no somos más que marionetas manejadas por dioses espirituales (según los creyentes) o terrenales (léase políticos, banqueros y grandes empresarios); de que, hagamos lo que hagamos, son otros los que deciden nuestro destino o condicionan los caminos por los que transitamos. Pero la película también reivindica la necesidad de rebelarse contra el sistema, de que miremos alrededor con otros ojos y despertemos del estado sonámbulo al que nos ha inducido el consumismo. Vivir con riesgo (vivir, a secas) es preferible que esa agradable anestesia mental.
De esta forma, no es la caída de un foco, ni el improvisado colapso de una calle, ni una tormenta localizada sobre su cabeza lo que empuja a Truman a ampliar sus horizontes; sino el impulso de explorar más allá de los muros, de ser él quien decida qué es lo bueno, lo correcto y lo decente. Y para que su cambio de registro no sea forzado (al fin y al cabo, si todo es perfecto, para qué cambiar) el guión introduce un concepto esencial: la duda. Una duda personificada en Sylvia (Natascha McElhone), la chica que intenta contarle la verdad al protagonista. El recuerdo de su encuentro en la playa será la semilla que hará crecer dentro de Truman la sospecha de que vive en un mundo de cartón piedra.
Atreverse con una película como ésta era difícil. Para empezar, el guión no podía dejar ni un cabo suelto, tenía que afrontar todas las preguntas que el público se haría sobre la historia de Truman Burbank: ¿Cómo es posible que la vida de un niño sea una estafa desde su nacimiento? ¿Cómo se financia el programa? ¿Qué dicen los defensores de los derechos humanos? ¿Hay activistas que piden la liberación de Truman? Es evidente que el espectador puntilloso encontrará pegas por doquier, pero el guión no rehúye estas preguntas y las resuelve muy bien, con un punto de cinismo, como esa llamada desde La Haya que se cuelga inesperadamente cuando el creador de la serie, Christof, se prepara para rebatir las acusaciones de Sylvia. Así que un diez para el guionista, Andrew Niccol, quien en principio iba a dirigir la película pero al final fue reemplazado por Peter Weir.
Más real de lo que parece
Una de las cosas que más me han sorprendido al documentarme sobre el film es que el pueblo donde tiene lugar el show… ¡existe! Parece mentira que pueda haber un lugar tan impersonal como Seahaven Island, pero así es: su nombre real es Seaside, está en Florida y sus dos fundadores hacen un simpático cameo en una escena. Cuando Peter Weir llegó al lugar le dijo a su equipo de rodaje que no buscaran más: «Deshaced el equipaje, hemos encontrado nuestro pueblo». Parcelas cuadriculadas, casitas blancas, zonas verdes para las familias y una bonita playa de aguas cristalinas. Un lugar sin delincuencia ni pobreza que sólo admite a gente de cierto nivel adquisitivo. Como un resort.
La dirección de Weir es excelente, pero siempre gracias al fantástico guión de Niccol. Y las interpretaciones no se quedan atrás. Jim Carrey se aleja de sus estrambóticos papeles de ‘Ace Ventura’, ‘Dos tontos muy tontos’ o ‘La máscara’ y reserva su histrionismo para los momentos en que debe mostrarse cortés o esconder sus planes (como hacemos en la vida real). Laura Linney, en un doble combo, interpreta a una esposa más falsa que Judas y, de paso, a una actriz con más fachada que talento. Y Ed Harris es el creador del show, un tipo sin escrúpulos al que las consideraciones éticas le resbalan completamente; un hombre frío y calculador que no duda en utilizar la ira divina cuando su estrella intenta escapar; como los buenos directores de realities al estilo Gran Hermano.
Dicen que Peter Weir quiso que la experiencia de ‘El show de Truman’ fuera aún más impactante colocando cámaras en todos los cines, de manera que los proyeccionistas insertaran imágenes del público en determinadas escenas. Buena idea, pero ni mucho menos necesaria para captar el mensaje implícito de la película. Prefiero los detalles sutiles como el mencionado del Tribunal de La Haya o el nombre de la barca de Truman («Santa María»). Las tres nominaciones a los Oscars (dirección, guión y actor de reparto) no hicieron justicia a una apuesta tan arriesgada como original. Pero es el precio que hay que pagar por nadar a contracorriente. Y además, no hacen falta premios para apreciar la grandeza de ‘El show de Truman’; sólo hay que abrir los ojos… y ver.
CALIFICACIÓN
5 estrellas
Ficha técnica (+)
Título original: ‘The Truman Show’. Dirección: Peter Weir. Guión: Andrew Niccol. Reparto: Jim Carrey, Laura Linney, Ed Harris, Noah Emmerich, Natascha McElhone, Holland Taylor, Brian Delate, Blair Slater, Peter Krause. Duración: 103 minutos. País: Estados Unidos.
Otras críticas
«Dios no existe. Somos nosotros mismos los que labramos nuestro futuro, los únicos capaces de descubrir la verdad. Nuestra mente es nuestra propia jaula» (Arantxa Acosta, ‘Cine Divergente’). (+)
«Algún día, puede que nosotros, como Truman, tengamos la oportunidad de cruzar esa puerta en mitad del cielo que nos va a llevar a nuestra propia vida» (Joaquín Juan Penalva, ‘El Espectador Imaginario’). (+)