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La tentación vive arriba (1955)

Crítica de La tentación vive arriba

Crítica de La tentación vive arriba

15 de septiembre de 1954. Una en punto de la madrugada. Esquina de la Avenida Lexington con la Calle 52. Manhattan. Más de cinco mil personas se agolpan para ver cómo la brisa del metro de Nueva York levanta el vestido de la actriz más deseada del mundo. El director, Billy Wilder, anima a la gente a silbar y aplaudir, convirtiendo la escena en un espectáculo; incluso permite la instalación de una grada supletoria. Aunque finalmente esas imágenes no se utilizarán en la película —estropeadas por el ensordecedor griterío—, esos cinco mil mirones van a vivir unos minutos esenciales de la cultura popular del siglo XX y de la carrera de Marilyn Monroe. Es la cúspide de ‘La tentación vive arriba’, una comedia romántica que, a diferencia de otras obras de Wilder, no tiene ni pizca de amargura, sino que reivindica el enredo, el amor y la diversión como ingredientes esenciales de la salsa de la vida.

‘La tentación vive arriba’ llevaba más de mil representaciones en Broadway cuando llegó a las salas de cine. Escrita por George Axelrod bajo el título de ‘The Seven Year Itch’, se trataba de una parodia de la crisis de los cuarenta protagonizada por un hombre, Richard Sherman, que se queda en casa trabajando mientras su mujer y su hijo se van de vacaciones. Sherman se quiere convencer de que será capaz de pasar las próximas semanas sin probar el alcohol ni el tabaco (ni, por supuesto, los placeres de otras mujeres), hasta que descubre que la nueva inquilina del piso de arriba es una joven inocente y desinhibida que insiste en beber champán con él hasta altas horas de la madrugada. Sherman es víctima de lo que se conoce como «la sarna del séptimo año», el irrefrenable impulso de echar una cana al aire para escapar de la monotonía conyugal.

Una rubia muy lista

Billy Wilder realizó la adaptación al cine con la ayuda del propio Axelrod, con Tom Ewell repitiendo en el papel del atribulado Sherman y Marilyn Monroe en el de la excitante vecinita sin nombre. Como no sé si a lo largo de los años se ha hecho justicia con el trabajo de Marilyn en este film, por si acaso voy a romper una lanza a su favor: no sólo está increíblemente sexy, sino que su papel no tiene nada de tonta. Ella es quien ridiculiza una y otra vez a Sherman, haciéndole ver que la música de Rachmaninoff puede estar bien para un melodrama clásico (guiño de Wilder a su querida ‘Breve encuentro’), pero que ponerse trascendente en mitad de una cita puede llevar a la más absoluta ridiculez. Por decirlo de otra forma: la chica baja de las nubes al protagonista y le enseña a gozar de la vida sin que ello suponga tener que traicionar a nadie. Y quien diga que mojar patatas fritas en una copa de champán es una herejía, él o ella se lo pierde.

Durante la mayor parte de la película, Sherman no es más que un pobre hombre marcado por la ansiedad laboral, una esposa férrea y un hijo más pesado que una vaca en brazos (atención a la función tragicómica del remo amarillo), y que además de todo eso se construye una fachada de triunfador y de galán que nada tiene que ver con la realidad.

Wilder se muestra implacable con el tipo medio americano, salido de la línea de producción como un vulgar utilitario, y se ensaña con él en unas divertidísimas parodias de escenas míticas del cine, como la de Deborah Kerr y Burt Lancaster en ‘De aquí a la eternidad’. La película funciona a la perfección dentro de sus pocas pretensiones, incluye unos hilarantes cameos de Robert Strauss y sólo se cae un poco en la escena final, cuando parece que el guión se apiada del personaje con un tópico ataque de culpabilidad. Pero tampoco lo calificaría como un final conservador: esos días de locura y esas divagaciones nocturnas van a cambiar por completo la concepción que tenía Richard Sherman sobre sí mismo y sus circunstancias.

Ficha técnica (+)

Título original: ‘The Seven Year Itch’. Dirección: Billy Wilder. Guión: George Axelrod y Billy Wilder. Reparto: Tom Ewell, Marilyn Monroe, Robert Strauss, Evelyn Keyes, Sonny Tufts. Duración: 105 minutos. País: Estados Unidos.

Otras críticas

«El resultado que obtiene Wilder es una comedia de enredo casi prototípica, muy teatral en su planteamiento» (Joaquín Juan Peñalva, ‘El espectador imaginario’). (+)

«Las reglas del Código de Producción han obligado a realizar una cuidadosa evasión que convierte su ardor en algo un poco absurdo» (Bosley Crowther, ‘The New York Times’). (+)